«El poder
(y el dinero, esa llave maestra del poder) es el medio puro. Precisamente por
eso, es también el fin supremo de todos aquellos que no han comprendido nada» Simone Weil, La gravedad y la gracia.
Pocos serán los ámbitos en los que la acción humana se lleve
a cabo sin enfrentarse a un dilema previo. Algunos dramatizan: “Ser o no ser,
he aquí la cuestión”, otros trivializan: “Peluquín o calva digna”.
Estos días entrañables no son una excepción. La Navidad trae
alegría (o al menos su deseo), pero también desazón y no me refiero ahora a qué
hacer con los niños que tienen vacaciones mientras los padres trabajan. No. La
cuestión decisiva es, por decirlo de golpe, la elección entre Papá Noel y los
Reyes Magos ¿Qué hacer? ¿Cómo cortar el nudo gordiano?
En el capítulo anterior, de vuelta a casa, se encuentra con
la serpiente, la dificultad, que supera. Iba por el camino correcto pero se le
presentan, como a todo el mundo, excusas para apartarse “sólo un poquito”. En
el caso de Pinocho, para tomar “sólo unas uvas”. Son, en definitiva, pretextos
para abandonar el camino que, en la interpretación que estamos siguiendo,
consiste en traicionarse a sí mismo, en degradarse. Porque si actúo mal,
entonces no soy fiel a lo que yo soy.
«Nuestros colegios e institutos se han convertido hoy
en centros de ocio y ocupacionales, en lugares de recogida y custodia de
menores, en escaparates de consumo, en sedes de servicios sociales y
terapéuticos, en sustitutos de los padres. Es preciso redefinir sus
genuinos objetivos y colocarlos en situación de hacer aquello para lo que
fueron creados: enseñar»,
M. Ruiz Paz, Acerca de
la educación en España. Propuestas y reflexiones.
«Los provocadores, los tiranos, todos los que, de un modo u otro,
ofenden al prójimo, son reos, no sólo del mal que cometen, sino también de la
perversión que llevan al ánimo de los ofendidos», Manzoni, Los novios.
«los que habían de ser cabezas por su prudencia y saber, esos andan por
el suelo, despreciados, olvidados y abatidos; al contrario, los que habían de
ser pies por no saber las cosas ni entender las materias, gente incapaz, sin
ciencia ni experiencia, esos mandan. Y así va el mundo» Gracián, El criticón.
El pobre Pinocho sólo quería comer unas pocas uvas de nada.
Pero la realidad no siempre se acopla a nuestras intenciones y acaba preso en
una trampa.
Pinocho experimenta así dolor por el cepo, la soledad en el
paraje deshabitado, el miedo a lo desconocido y a la noche. Y el miedo, la
soledad y el dolor calan en su ánimo llevándolo a la angustia.
Había diluviado, el terreno estaba enlodado hasta el
punto de que «uno se hundía hasta media pierna» y era difícil caminar, pero «el
muñeco no se da por aludido; non se ne
dava per inteso», va raudo, avanza a saltos.
De pronto, se paró en seco porque había visto «una
enorme serpiente, extendida a través en el camino, que tenía la piel verde, los
ojos de fuego y una cola puntiaguda que humeaba como una chimenea».
«Nuestros colegios e institutos se han convertido hoy en
centros de ocio y ocupacionales, en lugares de recogida y custodia de menores,
en escaparates de consumo, en sedes de servicios sociales y terapéuticos, en
sustitutos de los padres. Es preciso redefinir sus genuinos objetivos y
colocarlos en situación de hacer aquello para lo que fueron creados: enseñar»,
M. Ruiz Paz, Propuestas
de mejora del sistema educativo.
En Atrapabobos
sólo pueden vivir malas personas. De distinto tipo, pero ambos malos. Hay
ladrones, gente que vive del engaño. Y ser estafador es ser mala persona. Y hay
también gente que, por no saber estar en su sitio, son engañadas. Y carecer de
habilidad, de juicio y corazón, es también malo.
Pinocho quiere ser buena persona. Su itinerario se encamina
a convertirse en un bambino davvero,
un hombre maduro, una persona en plenitud. Por eso, debe huir de ambos modos de
ser. Por eso abandona esa ciudad.
Recupera así la orientación correcta. La libertad para
dirigirse a su objetivo es la fuente de la alegría y el dinamismo con que
reinicia su andadura.
«El principio que extraemos de la debilidad de
la naturaleza humana es el siguiente: las leyes morales nunca han de ser
dispuestas con arreglo a la debilidad humana, sino que tales leyes han de
presentarse como santas, puras y éticamente perfectas, independientemente de
como quiera que sea el hombre. Esto es de suma importancia»
«El ideal tolerante de muchos estriba en esa impúdica equidistancia que
se cree ecuánime por tratar igual a los desiguales: a los que argumentan y a
los cerriles, a las víctimas lo mismo que a sus perseguidores o a los cómplices
de éstos, a los que ponen los muertos y a los que recogen los frutos de la
matanza»
El final del capítulo anterior es transparente para
el lector. Opaco para Pinocho, al que Collodi califica como dulce salado, dolce di sale: ha enterrado las
monedas, las ha regado y ahora piensa que sólo tiene que esperar un poco para
que la tierra le haga rico.
Cuando se dirige a recoger las riquezas esperadas,
éstas van creciendo en su imaginación. Crecen y crecen y, al mismo ritmo, se
incrementan las posesiones de ese «gran señor» que sería Pinocho. Y al mismo
tiempo se olvida el destino originario del dinero: ya ha olvidado el frío de su
pobre padre y el Abecedario, ahora quiere dulces, juguetes, palacios…
Es una trivialidad sabida por todos. A los padres les
resulta más patente en vacaciones. Los profesores lo experimentan el resto del
año. Pero todos convivimos con esta obviedad.
Al mentir al Hada, Pinocho deforma su auténtico ser. El
cuerpo se niega a ser solidario con el engaño. Su rostro se desfigura con una
enorme nariz que no para de crecer y le impide escabullirse.
Pinocho llora de vergüenza y angustia. Y el Hada lo deja así
mucho tiempo, permite que se acerque a la desesperación, «para darle una severa
lección y para corregirle el feo vicio de decir mentiras, el vicio más feo que
puede tener un niño». En el capítulo 8 vimos una situación parecida y una
actitud similar por parte de Geppetto. Hay quienes intentan aprovecharse de
Pinocho, robarle e incluso matarlo, pero sólo el Hada y Geppetto lo conducen al
horror de la desesperación. Ante ellos y sólo ante ellos, Pinocho experimenta la
posibilidad de una pérdida total.
«las rarezas sólo sorprenden a la gente normal. Las rarezas
no sorprenden a la gente rara. Por esa razón, la gente normal se sabe divertir
y la gente rara, siempre se lamenta del aburrimiento de la vida»