viernes, 21 de febrero de 2014

Radiografía del futuro




Radiografía del futuro




Manuel Ballester


La burricie crece a pasos agigantados entre los estudiantes murcianos. Al menos eso parece deducirse del último informe Pisa con que despedimos el 2013.

Los expertos han puesto en marcha la maquinaria de análisis más finos, con su desglose competencial, sus matizados índices Isec y demás farfolla para evitar ir al grano, no hacerse daño y seguir erre que erre impulsando su concepción de los centros escolares a mitad de camino entre una Ong y un circo que dan lugar a niños entretenidos y solidarios, pero que no saben hace la O con un canuto.

Tengo para mí que las cosas importantes las entiende todo el mundo. Y eso es lo que pasa con Pisa. El informe se refiere a lo que saben o dejan de saber los alumnos de 15 años. O, si lo prefieren, se refiere a lo que podrán o no podrán hacer estos jóvenes con su vida. Y su vida y su futuro es lo que le espera a la sociedad murciana de aquí a cuatro días.

Pisa tiene más agujeros que un colador, mide lo que mide y falla más que una escopeta de feria. Pero ¡bendita Pisa! porque ha sido salir y ya tenemos al personal revolucionado proponiendo medidas de mejora. Así que Pisa y cualquier otra evaluación, al margen de su ajuste al contexto, a la curva o a la escala que el experto de turno quiera, tiene el efecto de hacer sentir que hay que mejorar las cosas. Y eso es bueno.

Al margen de lo que hayan hecho otros países u otras Comunidades autónomas, Murcia ha caído en picado. Y algún responsable habrá.

Alguno de los finos analistas que han tenido a bien compartir sus reflexiones han empezado diciendo algo así como que los profesores no están preparados para el mundo moderno, o que no saben inglés ni conocen las nuevas tontologías. Ese planteamiento me resulta particularmente irritante. Además, es falso. Un profesor sabe lo que le piden en la oposición de entrada, o más. Y si no sabe sumar y aprueba, habrá que pedir responsabilidades a la Facultad que ha dado el título a quien no sabe sumar, y a la lumbrera que ha pergeñado las oposiciones. Y una vez que ya está impartiendo clases se encuentra con la llamada formación del profesorado que, hasta aquí, ha consistido en una tomadura de pelo, con notables excepciones, en la que con el chantaje de los sexenios, se conseguía que los profesores olvidaran que lo suyo son las matemáticas, la lengua o el griego y se les obligaba a dormirse en sesiones de parloteo sobre “gestión de emociones como método de resolución de conflictos ante la tabla de multiplicar”, “Buenas prácticas, vivencias, experiencias y otros buenismos axiológicos y pedagógicos”, “Pertinencia de las competencias e impertinencia de los incompetentes”, “Las Tic y los Tic de los emprendedores dizque empresarios”, y otras genialidades de ese jaez. Y si creen que exagero, echen un vistazo al plan de formación que todavía está en cartelera.

Respecto a los profesores, esta es la línea que se ha seguido. Si se quiere cambiar habrá que atender a la formación inicial enfocada a conocimientos y destrezas, la selección (oposiciones) con criterios académicos (que las gane el que más sepa) y una formación de los profesores articulada sobre sus respectivas materias y, por tanto, sobre los resultados académicos (las notas) de sus alumnos. Es más fácil crear mala conciencia entre los profesores, pero no es el camino.

No verán ustedes, por cierto, a los infatigables defensores de la cosa pública pedir responsabilidades, ni dimisiones, ni cambio de rumbo ni nada de nada. Esos aguerridos defensores de los berberechos de los trabajadores sólo pedirán más dinero público. Porque pedir responsabilidades sería “mercantilizar” la enseñanza, dicen. No dicen, pero todos sabemos, que ellos han formado parte de todo tipo de mesas, comités, protocolos, planes y otras zapatiestas en las que se han decidido las líneas maestras que nos han conducido al desastre.

No es cuestión de endilgar una lanzada a moro muerto. Pero alguna responsabilidad tendrá el anterior Consejero, su equipo y la líneas que marcaron su etapa de gobierno.

En cualquier caso, Pedro Antonio Sánchez se ha encontrado ya el pastel encima de la mesa. Ninguna responsabilidad le cabe sobre estos resultados. Será responsable, eso sí, de que su nuevo equipo sea capaz de poner en marcha ideas nuevas que generen esperanza. No está el horno para bollos y, por eso, lo lógico es que la Consejería aligere lastre y marque claramente su línea de trabajo sin caer en los mismos errores que hasta ahora.

Afortunadamente, el Consejero se ha comprometido ya a impulsar la transparencia en educación. Publicar los resultados de las evaluaciones de diagnóstico y de los resultados de selectividad es una exigencia de primer orden aunque sólo fuera por lo que indica de voluntad de transparencia y por lo que supone de revulsivo cualquier evaluación publicada, como ha ocurrido con Pisa. He aquí un aspecto que merece aplauso, novedoso y en la línea de lo que indican los informes internacionales sobre mejora de la enseñanza.

Otra novedad anunciada por la Consejería es que, por fin, vamos a evaluar los centros bilingües. Muy bien. Y, ya puestos, también se podrían evaluar (y publicar los resultados, no se nos vaya a olvidar la transparencia) los centros de enseñanza digital, a ver qué tal les va a esos alumnos. Recuerdo que siendo González Tovar delegado del gobierno tuvo la ocurrencia de comparar el nivel de las Tic de Murcia y Extremadura y, claro, la Extremadura socialista ganaba de goleada a nuestra pobre región. Escribí entonces un artículo titulado “Ordenadores en el aula: otro gasto inútil” donde explicaba por qué Extremadura está peor aún que Murcia. La única que está peor, por cierto.

Esta línea (evaluación, transparencia, publicidad) es la línea correcta. No es la solución, pero sí el comienzo. Hay que hacer más cosas, pero con la publicidad de los resultados podremos ir viendo qué efecto tienen las medidas que se toman.

Ya que estamos, me permitiría sugerir un aspecto del que no he oído hablar mucho pero también tiene su interés porque quita lastre a la tarea de los profesores: la burocracia en los centros. Hay que evitar incrementarla; es más, es urgente disminuir la que ya hay. La escuela actual ha olvidado que su objetivo es enseñar y ha convertido al profesor en un plumilla al servicio de pedabobadas y normas sin fin surgidas de la mente de burócratas. Y ya saben aquello de Tácito, Plurimae leges, corruptissima res publica, que la corrupción no sólo es cuestión de dineros.


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