Radiografía del futuro
Manuel Ballester
La burricie crece a pasos agigantados entre los estudiantes
murcianos. Al menos eso parece deducirse del último informe Pisa con que despedimos el 2013.
Los expertos han puesto en marcha la maquinaria de análisis
más finos, con su desglose competencial, sus matizados índices Isec y demás farfolla para evitar ir al
grano, no hacerse daño y seguir erre que erre impulsando su concepción de los
centros escolares a mitad de camino entre una Ong
y un circo que dan lugar a niños entretenidos y solidarios, pero que no saben
hace la O con un canuto.
Tengo para mí que las cosas importantes las entiende todo el
mundo. Y eso es lo que pasa con Pisa.
El informe se refiere a lo que saben o dejan de saber los alumnos de 15 años.
O, si lo prefieren, se refiere a lo que podrán o no podrán hacer estos jóvenes
con su vida. Y su vida y su futuro es lo que le espera a la sociedad murciana
de aquí a cuatro días.
Pisa tiene más
agujeros que un colador, mide lo que mide y falla más que una escopeta de
feria. Pero ¡bendita Pisa! porque
ha sido salir y ya tenemos al personal revolucionado proponiendo medidas de
mejora. Así que Pisa y cualquier
otra evaluación, al margen de su ajuste al contexto, a la curva o a la escala
que el experto de turno quiera, tiene el efecto de hacer sentir que hay que
mejorar las cosas. Y eso es bueno.
Al margen de lo que hayan hecho otros países u otras Comunidades
autónomas, Murcia ha caído en picado. Y algún responsable habrá.
Alguno de los finos analistas que han tenido a bien
compartir sus reflexiones han empezado diciendo algo así como que los
profesores no están preparados para el mundo moderno, o que no saben inglés ni
conocen las nuevas tontologías. Ese planteamiento me resulta particularmente
irritante. Además, es falso. Un profesor sabe lo que le piden en la oposición
de entrada, o más. Y si no sabe sumar y aprueba, habrá que pedir
responsabilidades a la Facultad que ha dado el título a quien no sabe sumar, y
a la lumbrera que ha pergeñado las oposiciones. Y una vez que ya está
impartiendo clases se encuentra con la llamada formación del profesorado que, hasta
aquí, ha consistido en una tomadura de pelo, con notables excepciones, en la
que con el chantaje de los sexenios, se conseguía que los profesores olvidaran
que lo suyo son las matemáticas, la lengua o el griego y se les obligaba a
dormirse en sesiones de parloteo sobre “gestión de emociones como método de
resolución de conflictos ante la tabla de multiplicar”, “Buenas prácticas,
vivencias, experiencias y otros buenismos axiológicos y pedagógicos”,
“Pertinencia de las competencias e impertinencia de los incompetentes”, “Las Tic y los Tic de los emprendedores dizque empresarios”, y otras
genialidades de ese jaez. Y si creen que exagero, echen un vistazo al plan de
formación que todavía está en cartelera.
Respecto a los profesores, esta es la línea que se ha
seguido. Si se quiere cambiar habrá que atender a la formación inicial enfocada
a conocimientos y destrezas, la selección (oposiciones) con criterios académicos
(que las gane el que más sepa) y una formación de los profesores articulada
sobre sus respectivas materias y, por tanto, sobre los resultados académicos
(las notas) de sus alumnos. Es más fácil crear mala conciencia entre los
profesores, pero no es el camino.
No verán ustedes, por cierto, a los infatigables defensores
de la cosa pública pedir responsabilidades, ni dimisiones, ni cambio de rumbo
ni nada de nada. Esos aguerridos defensores de los berberechos de los
trabajadores sólo pedirán más dinero público. Porque pedir responsabilidades
sería “mercantilizar” la enseñanza, dicen. No dicen, pero todos sabemos, que
ellos han formado parte de todo tipo de mesas, comités, protocolos, planes y
otras zapatiestas en las que se han decidido las líneas maestras que nos han
conducido al desastre.
No es cuestión de endilgar una lanzada a moro muerto. Pero alguna
responsabilidad tendrá el anterior Consejero, su equipo y la líneas que
marcaron su etapa de gobierno.
En cualquier caso, Pedro Antonio Sánchez se ha encontrado ya
el pastel encima de la mesa. Ninguna responsabilidad le cabe sobre estos
resultados. Será responsable, eso sí, de que su nuevo equipo sea capaz de poner
en marcha ideas nuevas que generen esperanza. No está el horno para bollos y,
por eso, lo lógico es que la Consejería aligere lastre y marque claramente su
línea de trabajo sin caer en los mismos errores que hasta ahora.
Afortunadamente, el Consejero se ha comprometido ya a
impulsar la transparencia en educación. Publicar los resultados de las evaluaciones
de diagnóstico y de los resultados de selectividad es una exigencia de primer
orden aunque sólo fuera por lo que indica de voluntad de transparencia y por lo
que supone de revulsivo cualquier evaluación publicada, como ha ocurrido con Pisa. He aquí un aspecto que merece
aplauso, novedoso y en la línea de lo que indican los informes internacionales
sobre mejora de la enseñanza.
Otra novedad anunciada por la Consejería es que, por fin,
vamos a evaluar los centros bilingües. Muy bien. Y, ya puestos, también se
podrían evaluar (y publicar los resultados, no se nos vaya a olvidar la
transparencia) los centros de enseñanza digital, a ver qué tal les va a esos
alumnos. Recuerdo que siendo González Tovar delegado del gobierno tuvo la
ocurrencia de comparar el nivel de las Tic
de Murcia y Extremadura y, claro, la Extremadura socialista ganaba de goleada a
nuestra pobre región. Escribí entonces un artículo titulado “Ordenadores en el
aula: otro gasto inútil” donde explicaba por qué Extremadura está peor aún que
Murcia. La única que está peor, por cierto.
Esta línea (evaluación, transparencia, publicidad) es la
línea correcta. No es la solución, pero sí el comienzo. Hay que hacer más
cosas, pero con la publicidad de los resultados podremos ir viendo qué efecto
tienen las medidas que se toman.
Ya que estamos, me permitiría sugerir un aspecto del que no
he oído hablar mucho pero también tiene su interés porque quita lastre a la
tarea de los profesores: la burocracia en los centros. Hay que evitar
incrementarla; es más, es urgente disminuir la que ya hay. La escuela actual ha
olvidado que su objetivo es enseñar y ha convertido al profesor en un plumilla
al servicio de pedabobadas y normas sin fin surgidas de la mente de burócratas.
Y ya saben aquello de Tácito, Plurimae leges, corruptissima res publica, que la corrupción no sólo es cuestión de dineros.
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