Solimán ante las urnas
Manuel Ballester
La historia pone ante nuestros ojos, entre otras cosas, los
problemas que han ocupado a quienes nos precedieron. Y cómo los han afrontado.
Unas veces torpemente, otras con brillantez. El repertorio va desde grandes
desastres a éxitos rotundos pasando, que de todo hay, por victorias pírricas. Y
es así como la historia se convierte en magistra
vitae, maestra de la vida que enseña sin moralizar ni adoctrinar porque, a
diferencia de los modernos holligans
de la educación en valores, se limita a ofrecer su testimonio. Y el
que quiera escarmentar bastante tiene con la cabeza ajena. Y quien quiera
ignorar la historia, volverá a tropezar con la misma piedra.
Hay un pasaje de la historia europea que me ha venido a la
cabeza estos días, a raíz de las recientes elecciones. Recordarán que el
emperador Carlos estuvo enzarzado prácticamente toda su vida en contiendas
diversas. A las guerras con el francés Francisco I (al que logró hacer prisionero)
hay que añadir mil conflictos esparcidos por toda Europa y norte de África por
no mencionar algunos asuntillos en el Nuevo Mundo que no vienen ahora al caso.
Sí es el caso, si queremos que esta página de la historia arroje luz sobre las
últimas elecciones, señalar que todas las trifulcas en que anduvo tienen el
común telón de fondo de lo que podríamos denominar la Europa cristiana. El
paradigma cultural que comparten los distintos reyes, los príncipes alemanes
aliados en torno a Lutero incluidos, es un mismo modo de concebir el hombre y
el mundo, la vida, la muerte y el sentido de todo el más acá y el más allá.
Dentro de ese paradigma cultural cabe disputar con Francisco sobre el
Milanesado, y luchar (con tiento, no vayamos a topar con la Iglesia) con ese
señor feudal que reina en Roma; en fin que, como lanza el pirata desde su temido
bajel: ahí mueven "feroz guerra ciegos reyes por un palmo más de
tierra". Pero cuando el sultán otomano Süleyman
I asoma la coleta por oriente no estamos ante un ciego rey más: se pone en
cuestión el marco compartido mismo. Solimán no pretende jugar una buena mano:
quiere romper la baraja. Es enemigo de todos a la vez. De ahí que no faltase
quien propusiera la conveniencia de unir fuerzas frente al adversario común,
salvar la civilización occidental y luego ya a lo nuestro, a ver quién se queda
con el palmo de tierra en Flandes o Milán.
Diré ahora mi tesis relativa a las elecciones del 26J. En mi
opinión, y refiriéndome sólo a los cuatro grandes partidos, las han perdido
tres pero no las ganado el PP. Y ahora me explico, por si interesa.
Todos recordamos que en las elecciones de 2015 irrumpieron
con fuerza dos partidos: Podemos y Ciudadanos. Intentaron convencernos de
que el viejo bipartidismo PP-Psoe rezumaba corrupción y estaba anquilosado. Los
partidos jóvenes venían a regenerar la vida política y la democracia, en suma.