Hay quienes explican a
Dios y, más aún, la religión como el grito de angustia del desesperado, como el
último recurso de quien ya ha perdido hasta la esperanza.
Hay quien explica así que
los pobres y oprimidos crean en Dios con mayor facilidad que los ricos.
Quienes así razonan
concluyen que ese Dios y esa religión es un espejismo, un consuelo ilusorio y,
en última instancia, el opio del pueblo.
Y al argumento no le
falta razón, sin duda.
Pero hay otro Dios: el
que no se deja usar como Deus ex machina,
que no responde convocado por nuestras necesidades sino por su amor. Es el que
se celebra en la dicha e ilumina la alegría haciéndola crecer hasta que
impregna toda una vida (de los ricos o de los pobres, qué más da) y la llena de
felicidad… Quien lo probó, lo sabe.
A este parece aludir
Malègue en esta cita que dejo en mi blog. Por si interesa:
«Dios, más visible a
través de la felicidad que a través de la muerte».
«Dieu, visible à
travers le bonheur plus qu’à travers la Mort».
Joseph Malègue, Augustin ou le Maître est là