La gente buena quiere el
bien. Es lo suyo. El bien para ellos y para los demás.
La gente sabia intuye que
la realidad no es simple, que está llena de contradicciones: que si naturaleza
y cultura, que si idealidad y existencia… y tantas otras.
La gente sabia no ignora
que hay bienes más buenos que otros. Y que, así son las cosas, si la gente
disfruta el bien de la libertad, a veces, obra mal.
La gente sabia y buena es
paciente, sabe que hay que dejar madurar a los demás, mostrarles el bien,
animarles a la perfección. Pero imponer cierto ámbito de bien supone anular la
libertad, que es algo muy humano.
Por eso imponer no es
sabio; puede ser obra de gente buena, pero no sabios (y la sabiduría es un
fruto maduro de la humanidad).
Por eso imponer es la acción,
en el mejor de los casos, de los totalitarios virtuoso o tontos útiles. En el
mejor de los casos; puede ser peor.
Algo de esto le entiendo
a Popper. Y ahí lo dejo. Por si interesa:
«aún los conflictos más graves provienen de algo no
menos admirable y firme que peligroso, a saber, nuestra impaciencia por mejorar
la suerte de nuestro prójimo»,
Karl
R. Popper, La sociedad abierta y sus
enemigos